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Plaza de Mayo

Plaza de Mayo Publicado el 2 de julio.

¿Saben una cosa? Yo ahora me llamo Plaza de Mayo. Plaza es mi nombre y de Mayo mi apellido. Pero no siempre me llamé así. Porque yo he cambiado bastante y también he cambiado de nombres.

Escuchen. Hace mucho, mucho tiempo, cuando un señor que se llamaba Juan de Garay, y que era vizcaíno, de Vizcaya, llegó por tierra a estos lugares, con hombres, caballos y muchas cosas, dijo que iba a fundar una ciudad y que la ciudad tenía que tener una plaza. Era un caballero, Garay, cómo no iba a tener una plaza la ciudad. Entonces fundó Buenos Aires por segunda vez y me fundó a mí. Sí. A mí. Fundarme quiere decir que Garay buscó un lugar, este lugar, y dijo:

- Aquí vamos a hacer una plaza.

Y marcó los limites, y bueno, aparecía yo. Mucho no me acuerdo porque era muy chiquita. Empiezo a acordarme desde más o menos 1650. ¿Saben cómo me llamaba entonces? Me da un poco de risa porque yo era chica, pero me llamaba... Plaza Mayor. Plaza era el nombre y Mayor el apellido. Y un día ...estaba medio dormida al solcito, cuando, de repente, un ruido raro que se acercaba cada vez más me despabiló.

- ¿Qué pasa? -le pregunté al señor Fuerte - (no tenía nombre y apellido, se llamaba así), que estaba ahí parado, solo, cerca del río, el río de la Plata. Pero el señor Fuerte no podía darse vuelta, y el ruido venía de detrás de él, así que me contestó:

- No sé... viene del lado del río...

Entonces yo, que estaba estiradita al sol -para variar- casi me levanté, y miré, y vi, por un lado, el río, furioso, todo encrespado.... ¡Qué miedo! Parecía un león, muchos leones juntos dispuestos a saltar encima de nosotros... y por el otro lado había mucha gente que rezaba y le pedía a Dios que el río se volviera a su cauce, que no se enfureciera más, que no inundara la ciudad. Bueno, al final todo pasó, y el río se quedó tranquilo y sólo dejó agua para los aguateros y para que yo me mirara de vez en cuando, como en un espejo... era bastante fea. Me da un poco de vergüenza decirlo. No era linda como ahora... Era bastante pelada. Tenla alrededor pocas casas, con sombreritos viejos de paja. Los techos son los sombreritos de las casas. Y a veces no se me veía de la tierra que se levantaba. Después siguieron pasando los años y una mañana ¡qué sorpresa! me despierto, miro para el lado del río, y veo un edificio hermoso, que estaba allí plantado, creo que fue más o menos por 1718. Era el nuevo Fuerte y se llamaba Real Fortaleza. Fortaleza era el nombre y Real el apellido. Sólo que el nuevo Fuerte era caprichoso y se puso el nombre al revés. Sigo contando... cada vez había más casas y un día, más o menos a mediados del siglo, me despierta un barullo tremendo. ¡Pero barullo de alegría! ¡Salvas, cañonazos! - ¿Qué pasa? -pregunto yo. Y la Real Fortaleza, medio enojada, me dice: -¿Pero no te acuerdas que hoy es San Martín (de Tours), patrono de la ciudad? ¡Y hay corridas de toros!

Entonces había corridas de toros. Después no hubo más, no sé qué pasó. Sigo contando. ¡Y veo que también hay una catedral con dos torres y un nuevo Cabildo! Podría contarles mil cosas: las invasiones inglesas. ¡Qué miedo!, pero cómo les ganamos a los ingleses. ¡Y el 25 de Mayo! ¡Qué alegría!

¡Yo vi el Cabildo Abierto! ¡Abierto de veras! Yo entonces me llamaba Plaza de la Victoria y a partir de ese día pasé a llamarme como hoy, Plaza de Mayo.

Después... siguió pasando el tiempo, y yo, modestia aparte, estaba cada vez más linda. Y un día siento una alegría muy grande, me crece en pleno corazón, blanca y fina, como una oración que sube al cielo, una oración llenita de recuerdos, la Pirámide de Mayo. Justo donde está mi corazón de Plaza, mi corazón lleno de voces de chicos y vuelos de palomas. Y claro, más tarde, por suerte, tiran abajo la fea recova que me atraviesa y delante de mí abren y tienden la alfombra gris de la Avenida de Mayo que me comunica con el resto de la ciudad. Sí... una parienta mía, pero yo soy más importante. Con 1900 el nuevo siglo habla llegado y yo me propuse descansar de tantas fatigas... y ya me ven, aquí estoy...

La vieja Plaza sonríe y saluda con sus palomas y con las campanas que le presta la Catedral

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